Una banda con diez integrantes que traslada el código de la música negra a estas tierras es una de las últimas sorpresas de la escena local
Se dice que los caminos de la música son misteriosos, pero uno no lo termina de ver hasta que un niño fan de Flema y una niña que cantaba arriba de los hits de Bandana forman el grupo más fino del nuevo funk y soul nacional. “El punk es un género que cuando estás empezando a tocar es bastante simple de lograr: con dos dedos podés hacer un acorde de quinta y ya estás tocando una canción”, destaca Magamo, nombre de guerra de Matías García Molinari, quien cumple los roles de vocalista, guitarrista y compositor de buena parte del material que graba el grupo Nafta.
“Yo recuerdo mucho fanatismo por Lourdes Fernández, a quien le debo mucho a nivel vocal. En esa época para mí era de las mejores cantantes que tuvimos, me inspiró mucho”, recuerda —y agradece— An Espil, también cantante y socia fundadora, figura del R&B local por mérito propio. Uno más uno: claramente tres.
Nada de lo que aparece en Nafta (2019) ni en Nafta II (2023) se parece a 2 Minutos, ni a “Guapas”, ni a nada de lo que escuchaban de pibes las otras ¡ocho! personas que integran el megagrupo. La música negra, más todavía en la Argentina, es un gusto adquirido: “Cuando me empiezo a relacionar con el soul y con artistas como Al Green o Marvin Gaye, surge la necesidad de hacer algo en nuestro idioma, bien local, pero que tenga esa impronta musical o ese código”, dice Magamo, que al igual que An venía de ser parte de Militantes del Clímax.
Hablando de destinos caprichosos en la música: Nafta debía ser un disco, no una banda a largo plazo. “Todos los amigos y las amigas estaban en muchos proyectos y se les complicaba mucho la disponibilidad. Entonces mi idea fue arrancar a hacer un disco, pero a partir de que el disco se fue gestando y se fue grabando, la banda se empezó a armar sola. Eso nos hizo tomar otros rumbos, nos empezamos a meter en esa de hacer un álbum y de repente tocarlo y bueno, de eso se desprendió un viaje que no imaginamos en una primera instancia”, dice Matías.
Que el debut autotitulado de Nafta tenga canciones como “Potra”, con nueve palos y monedas de reproducciones en Spotify, fue bandera de niebla para un movimiento que se estaba cocinando por lo bajo: el del soul y el funk al gusto nacional de este siglo, que no intenta pasar por roots ni tiene el mapa cambiado, sino que se atreve a hacerse cargo de la tierra que pisa y referenciarla en su sonido.
“Yo estaba haciendo canciones, tratando de encontrar esa versión argentina de la música que me gustaba, ya conocía a los Clímax, ya sabía esa data musical que ellos tenían y en algún momento nos encontramos y se empezaron a fusionar varios mundos. Y creo que en el momento en el que Nafta se hace un poco más popular, empezó a surgir en muchos esa necesidad de hacer canciones, y mucha gente salió de sus proyectos y armó proyectos nuevos, los cantantes se empezaron a conocer entre sí y explotó un montón de gente”, dice An.
Esa escena se retroalimentó y a Nafta le cayeron todavía más orejas, y así fue como en tiempo récord lograron lo que casi ninguna banda de este país: presentar un segundo álbum (autogestionado) nada menos que en el Luna Park. El 3 de noviembre de 2023, apenas cuatro años después de haberse puesto nombre, el grupo estaba tocando en el lugar donde cantó —ponele— Frank Sinatra. “Eso nos motiva”, dice Magamo. “La premisa para tocar en el Luna fue ‘salgamos a hacer lo que hacemos siempre, a disfrutar de estar entre nosotros, entre el grupo humano que se armó, que no te pese’. Está bueno olvidarte y sacarte la obligación, y decir ‘lo que teníamos que hacer ya lo hicimos: estamos preparadísimos’”.
Así que sí, si uno se clava en los números lo de Nafta pasa por éxito meteórico, pero hurgando un poco se ve que detrás hay mucho oficio, mucho experimento y una cantidad considerable de transpiración. “El crecimiento de Nafta tiene que ver con que no es un proyecto que salió de la nada, sino que es un proyecto que se desprende de otros proyectos que nos han dado herramientas y enseñanzas para poder llevar a cabo este, con determinadas cosas ya aprendidas. Cuando se armó todos teníamos muchas experiencias y mucha data, y entonces ahí ya partís desde otro lugar”, dice An.
Con ese bagaje como colchón, empieza a pesar la relación entre lo humano y lo artístico: cómo te ensamblás para que lo aprendido no se pierda en comunicaciones fallidas. Nafta —dice Matías— tiene su método: “Hay momentos de creatividad grupal, de zapadas en ensayos donde surgen ideas espontáneas que después se llevan al estudio o a la compu, se empieza a laburar para que después se convierta en una canción”. Se graban para componer, como una forma de tomar distancia de su rol de músicos para convertirse en su propia audiencia: “Cuando estás tocando es muy difícil salirte del lugar de quien está proponiendo para ser quien escucha, y cuando grabás ese laburo lo podés hacer más fácil: pasás a ser un oyente y decís ‘ok, esto tiene que ir hasta acá y acá me pide que entre el estribillo’”.
El tema, que no es menor, es cómo sigue una banda que con cuatro años de carrera llegó al Luna Park y que por estilo tampoco aspira a hacer, por decir, cuatro estadios de River. El objetivo es modesto y enorme a la vez: “Queremos recorrer todo el país, llevar nuestra música a muchos lados, empezar a viajar, conocer otros países, Latinoamérica, Europa, donde sea”, dice Magamo.
Desde que el punk-rock agrietaba el Aiwa, desde que Lourdes enseñaba inflexiones por imitación, Magamo, An y sus muchos compas gastaron las suelas, pero no hay tiempo para descansar: “Nafta es una banda independiente y vamos armando el camino como nosotros queremos. Vamos a seguir por ese rumbo”.